Todo nos hace creer que hay una determinada posición espiritual, desde la cual la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lo pasado y lo futuro, lo mediato y lo no-mediato, el arriba y el abajo, no se sienten ya como contradictorios.
André Breton, Segundo Manifiesto del Surrealismo, 1930.
La realidad visible, que ha de medirse con los ojos, es tan sólo una ínfima parte de la realidad del universo y de la existencia humana. El hombre es también ser químico, mineral: es devenir y perecer, nacimiento, muerte y desintegración a la vez, pasado, presente y futuro. Su razón se asemeja a un puesto de avanzada en el inconmensurable reino de los sueños, de los deseos e impulso instintivo, el cual sólo en el estado de vigilia logra mantener la ilusión de orden e intencionado dominio de los mundos exteriores e interiores. “El sueño de la razón produce monstruos” llamó Goya su famoso grabado de la serie de los “Caprichos”, surgida en la transición del siglo XVIII y XIX. Catalina Chervin configura en sus dibujos, con gran poder de convicción, la acosadora fuerza del sueño y la peligrosa inspiración a través de las fuerzas de inconsciente, que pone de manifiesto la estampa el capricho de Goya. Sus retratos de hombres y mujeres penetran literalmente la corteza exterior del ser humano, dejando al descubierto una corporeidad orgánica dibujada con los rasgos más sutiles de la pluma. Todo se disuelve en proliferaciones celulares, en formas entrelazadas que se penetran recíprocamente; como impulsados por una fuerza formidable laten y vibran estos organismos dibujados. Se abre al observador un impactante universo corpóreo, en el que parecen reinar un poderoso instinto vital, y una erótica y fecundidad casi violentas. Un universo imaginario, alucinante, al que el sensible rasgo de la pluma de la artista sabe conferir una presencia colosal. Catalina Chervin nos conduce a un mundo de límites y de certezas de disolución, en el que sueño y realidad amenazan perder los contornos. En vista de la creciente virtualización de la experiencia en nuestro mundo hipertecnificado y descorporeizado, Catalina Chervin crea modelos sensibles de contemplación, para una visión auténtica y fundamental del ser del hombre.
Mi primer encuentro con su obra tuvo lugar en la muestra “Latinoamérica y el surrealismo”, que expuso el Museo de Bochum en 1993. En esta gran muestra panorámica, que documentó la influencia del surrealismo en Latinoamérica y la inspiración mutua de artistas latinoamericanos y europeos, Catalina Chervin fue una destacada exponente de la nueva generación. Arraigando en la tradición del surrealismo, la artista ha encontrado el camino hacia un lenguaje personal y convincente, para poner de manifiesto su acosante mundo interior. |