Descubrí los dibujos de Catalina Chervin en noviembre de 1996, durante una visita a Buenos Aires. Había sido amablemente invitado por Jorge Glusberg a dar una conferencia en el Museo de Bellas Artes. Fue en esta ocasión cuando Catalina Chervin me introdujo a sus asombrosas imágenes de interiores corpóreos. De inmediato reconocí en sus dibujos una calidad propia del mundo de lo fantástico.
Sentí que eran verdaderas, maravillosamente obsesivas. La obsesión es una de las tendencias que prevalecen entre los artistas expresionistas del siglo XX. Es un sentimiento instigado por el deseo, por un anhelo de desplazase del mundo material a un estado espiritual de comprensión, una necesidad de tranquilidad. Los dibujos de Chervin están colmados de un deseo de entender a la humanidad, no como seres individuales perdidos en sus ocupaciones solitarias sino como una entidad mayor, un cuerpo social infinito, en el que las necesidades emocionales y las ansiedades de cada uno se conectan de alguna manera con las de los demás. Considero que la obra de Chervin es heroica en la tradición de los grandes artistas míticos: Goya, Archimboldo, el Bosco. Quizás sea una interpretación demasiado ligera. Quizá sea obvio, o inclusive arrogante sugerir tal comparación. Sin embargo, he visto las líneas tenues, las formas y pliegues contrastantes de luz y oscuridad de Chervin. He visto una entrega absolutamente obsesiva prolongación de una forma, una forma corporal un momento de deterioro que sugiere putrefacción y entropía, aunque siempre con la presencia de la esperanza. Hay una esperanza en el arte de Chervin que nos transporta a otra atmósfera del ser y a una comprensión de quienes somos y quienes queremos llegar a ser. Cuando estudio sus dibujos –y disfruto de ellos– tomo conciencia de la fragilidad del sentimiento humano, pero también de que la mente humana es un gran instrumento que nos lleva al corazón y al alma, a una plenitud de la experiencia. Catalina Chervin es una de esas artistas, una artista que nos lleva en un viaje íntimo al alma y que nos deja con luz y una radiante sencillez de visión. Es la sencillez de visión que solo puede ocurrir gracias a una extraordinaria complejidad de mente, una compasión exuberante que afecta a la humanidad a todo nivel –tanto material como espiritual– y por último trasciende los elementos que entendemos como base de nuestra civilización.
Nueva York, febrero de 1998 |