Sismógrafo

Roque De Bonis (Curador de Museo de Arte Contemporáneo (MAC)

La fundación estructural de los trabajos de Catalina Chervin está regida por un ejercicio, que hace visible la estructura de los instintos, la conducta del inconsciente y el efecto sorpresa. ¿Cómo ingresa, como llega a escena? Si dudamos de su existencia, la jerarquización de un mecanismo que exceda a la responsabilidad del hombre, tal vez le enfrente a un sistema. Sistema que nuestra sociedad de fin de milenio, al transformarlo en parodia, produce la quebradura moral del individuo.

Esta atención expectante, soñada recurrentemente, arrastra casi sin querer a nuestra artista, del sueño a la vigilia y de la vigilia al sueño.
La enorme superficie de la hoja de papel que enfrenta, “contiene” ese vacío casi loco, desconectado; es el desierto, el páramo, el escenario donde actuar, que propicia la confrontación con uno mismo; es penetrar en un mundo surrealista, del cual inexorablemente se sale transformado, salvo que una inoportuna vuelta de tuerca nos impida partir de ese espacio-tiempo.
La victoria surge con el primer grafismo. Renunciando al dibujo guiado por el intelecto y la razón, hace su aparición la escritura automática, esa fluyente sucesión de líneas errantes (es como una remembranza del temblor de labios que pronunciaron la palabra), serán las portadoras de lo posible, al ser redibujadas mentalmente por el espectador, convirtiéndose en puerta abierta a lo misterioso, al absurdo, a la imaginación creadora.

La comunicablilidad avanza por esta técnica, que será la voz narradora, que irá descubriendo los núcleos de información –sus verdades, falencias, contradicciones– estigmatizantes de un borde artístico. Para decodificar esta gramática ¿cuál es el centro donde estamos ubicados y qué superficie de apoyatura nos indica lo que está por debajo?

Es el centro de violencia ejercido por los dueños del poder y la superficie, base personal de los miedos, de las angustias, de los conflictos profundos.

La alternancia de ideas-fuerza de Catalina Chervin, con la violación del discurso fronterizo social e ideológico, con los talentos y tropezones, se funda en enunciado de su propia enunciación –su autobiografía como experiencia vital y no como crónica–.
Es la voz de un yo y un él, narrador dentro y fuera de la historia, que graduando su imagen, asume distintos roles, con problemática trascendente de los seres no ficcionales.

Criaturas que presentan fisuras y degradaciones de tejido, por sus antagonismos más hondos, por la hostilidad emocional, por las iniquidades colectivas, en un hecho teatral no vocalizado, similar al de las pesadillas, donde al querer hablar no se puede emitir la voz, y si un instrumento irradia una nota, lo hará en otra escala, que quizás nunca logremos escuchar, pero que enriquecerá nuestro inconsciente.
Sus trabajos en serie son una profación del linde de la unidad de tiempo.

Los retratos salen de su condición original; inmovilismo frente a objetivo para ser una representación simbólica de su destino.
Análisis de amplias oleadas y grietas que perturban el ordenamiento del cuerpo social, son secciones o ángulos, señalizados por zonas de oscuridad, lejos del autoengaño y sus beneficios.

Un sondeamiento de sus anotaciones incesantes nos convierte en partícipes de la fragmentación y yuxtaposición de los elementos antropomorfos, donde la voluptuosidad de lo orgánico, en su carácter masculino-femenino, dialoga en armonía, y somos asistentes en la búsqueda del elixir de la larga vida, en un alquímico laboratorio, donde signos y símbolos son trasvasados de crisoles a alambiques.
Espacios contenedores de otros, son el algunas piezas; territorios de la tinta color o sanguina, los que toman el espacio del cuerpo y al cuerpo como medida, llegando por desplazamientos, saltos o giros, a la reformulación de la medida del ser.

Tal vez dentro de algunos años, bajo un régimen global y humanista, cuando el presente, pueda ser pensado como historia; del “había una vez” de este ajuar de figuras, se desprenderá una idea o más, para que el estudioso-espectador sepa interpretar el código en el que Catalina Chervin encerró sus inquietudes, sus preocupaciones, sus ilusiones, sus días fantasmatizados, su maravilloso amor, y ello permita reconocer nuestras verdaderas emociones, nuestros sentimientos, nuestros auténticos proyectos, logrando con ello reordenar nuestra lastimada identidad.
Desacralizada la naturaleza y nuestra relación con ella, iniciando el viaje a “otra región”, el cuerpo dañado, sin equilibrio orgánico, tan solo escucha el ritmo agonal de su corazón. Comienza a cerrarse a las sensaciones, vislumbra la expansión de la soledad, trata de dilatar la caída de sus quimeras; ya no le queda tiempo; hay ausencia total del ritmo...

¿y el alma, Catalina?

Buenos Aires, marzo de 1998.

 

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