Si bien la humanidad dibuja desde las épocas de las cavernas, es recién en el siglo XV, en Occidente, que aparecen los primeros dibujos apreciados como obras de arte autónomas, tal como acontece con Pisanello y Gentile de Fabriano.
Aunque no es fácil de concebir un pintor que no sepa dibujar, es perfectamente factible que a un dibujante no le interese expresarse acudiendo al arte pictórico.
El dibujo por antonomasia, en mi estimación es el que se mantiene dentro del blanco y negro con los posibles matices de grises. Creo un error considerar que éstos no son colores. Lo son, pero dentro de la más austera de las gamas. Conozco dibujos que, como en el caso de Catalina Chervin, alcanzan la riqueza de matices que a veces no encontramos en algunas pinturas pretenciosas. Por ello no es para mí imprescindible agregar nuevos pigmentos para alcanzar la alta jerarquía de la expresión estética.
El dibujo ha sido considerado con justicia el más intelectual de los ingredientes que constituyen la escala plástica. Los dibujos de los grandes pintores del siglo como Picasso o Matisse se imponen por sí mismos a partir del dictado del último: “L’exactitude n’nest pas la verité” (La exactitud no es la verdad). Así lo confirma Catalina Chervin en todos y cada uno de sus dibujos. Sus imágenes que insinúan reminiscencias antropomorfas, me recuerdan por la riqueza y lo alambicado de sus extrañas estructuras al clima que a menudo percibimos en un Brueghel o en un Hyeronimus Bosch. Los trabajos realizados con plumín varían los tonos a partir de la superposición de delicadísimos trazos que hablan de una suerte de pasión obsesiva, por lo que me atrevo a calificar de crecimiento gradual de las formas. Sabemos que el grado de obsesión marca una de las características de lo genial, en tanto se mantenga concentrado en la pureza de las ideas, o si se prefiere, la claridad de las mismas. Se trata aquí de trabajos que puedo comparar sin herejía con aquellos que nos dejó Leonardo para los fenómenos metereológicos, tal la exquisitez de los trazos. Detenerse frente a las obras de Catalina, es caer bajo una magia hipnótica, que lejos de someternos, nos señala el camino de la libertad.
|