“Con la medida de mi aliento” es la metáfora que acuña la exposición de la artista argentina Catalina Chervin montada en la galería Kunsthaus Lempertz hasta el 15 de marzo (Poststraße 22, Berlín). Así titula Catalina la serie de dibujos en blanco y negro cuyas dimensiones exceden ampliamente las medidas usuales de las obras en papel. Son cuadros que alcanzan hasta dos metros de altura y, sin embargo, no expresan algo monumental o abrumador. Marcan un ritmo lento, envían impulsos suaves, atraen mágicamente, despiertan curiosidad. No hay contornos ni trazos fuertemente marcados, no se resalta algo que se pueda reconocer con claridad; la contemplación emprende un camino de búsqueda e investigación, un re-conocimiento meditativo en un mundo desconocido y amorfo que se expande hasta el borde de las hojas.
A primera vista se pueden reconocer únicamente zonas de luz y sombra, un juego interactivo de sombreados. Luego se observan miles de líneas y signos caligráficos. Con los delicados trazos de la carbonilla, el lápiz y la tinta china, Catalina Chervin crea estructuras en todas las escalas de grises imaginables. Se componen de haces, puntos, grafismos y rayados que se superponen y se atraviesan, interrumpidos por zonas iluminadas con la goma, por caminos luminosos y haces de luz. Se trata de un mundo fantástico pero sin la aparición concreta de fantasmas.
No obstante, no cabe ninguna duda de que la artista argentina, nacida en 1953 en Corrientes y que actualmente vive y trabaja en Buenos Aires, se ubica dentro de la tradición del surrealismo. Ya en los años noventa desarrolló aquellas imágenes internas visionarias de las que se desprenden sus obras de los últimos años, actualmente expuestas. En aquel entonces el centro lo ocupaban las formas antropomorfas: contornos de cráneos y siluetas de cuerpos. El gran aliento se ha conservado en los nuevos dibujos pero ha desaparecido cualquier rastro figurativo o se ha desplazado hacia el fondo. Y, por el contrario, parecieran divisarse bandadas de pájaros, ramas enredadas por el viento o chaparrones. Los límites entre lo extremadamente grande y lo microscópicamente pequeño se esfuman en estos mundos internos tejidos como filigrana, casi abstractos y de un aire melancólico. En lugar de una materialidad manifiesta aparece lo atmosférico. Junto a los dibujos se pueden ver collages, también los portfolios “Apocalipsis” (2004) y “Canto” (2010/11) acompañados por un poema de Fernando Arrabal y uno de Itzhak Katzenelson. Lothar Osterburg estuvo a cargo de la edición de esos grabados en Nueva York. No solo aquí (en Berlín) se colman de gritos y de cantos sus mundos internos, se inscriben en el papel las huellas del dolor y del espanto, quitándonos por un instante el aliento.
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